Apapachar

Written By: Hugo Neira - Jul• 23•24

«Véase apapacho. Palmadita cariñosa o abrazo». Americanismo. Acariciar, mimar. Brindar cariño, consentir, mostrar gestos de afecto o de amor. Es también consolar a quien se halle enfermo o esté triste. Pero puede tener un contenido negativo: consentir en exceso, tratar a un adulto como si fuese un niño, sobar.

Si he elegido escribir sobre esta palabra, apapachar, no es porque me guste, ni que me disguste — ¿a quién no le agrada que lo rodee el afecto? — sino que me llama la atención, me intriga, agrada y a veces desagrada; me emociona y por momentos me parece un ritual que igual se lo hacen a todo el mundo; por momentos me trae sin cuidado y a ratos me parece significativo. Como tantos usos sorprendentes que he hallado a mi vuelta al Perú, después de dos décadas de ausencia, apapachar me produce sentimientos encontrados. A ver si escribiendo estas líneas, me aclaro conmigo mismo. De entrada, me intriga.

Hace unos años, en el Perú no se usaba. O mejor, ni nos abrazábamos ni besuqueábamos a cada rato ni el término existía. Y aunque el uso sea fuerte en México, no creo que se trate de una simple exportación, mímesis. Me intriga y por momentos también me desacomoda. He pasado los últimos veinte años de mi vida en el extranjero, para ser más preciso, entre españoles y franceses, que tienen sus modalidades de afecto y simpatía, pero, con toda seguridad, los franceses no apapachan ni muertos, y los españoles, a lo sumo a los críos chicos, como ellos dicen. Ya de grandes, son tan duros como en Bosnia o en Irlanda del Norte. Desde que volví al Perú, tuve la fortuna de que me confiaran cargos importantes, siempre en el mundo de la enseñanza y la cultura. Tuve cargos antes de emigrar, allá por los finales de los setenta, pero bueno, eso de que el huachimán desde que me ve bajar del auto corre a llevarme la maletita, o el cafecito a horas inopinadas, como que es mucho. Esos rituales, y los apretones, en especial las palmadotas, en los confianzudos, debajo de la línea de flotación, sobre los riñones. Esos mimos, al principio, los atribuí a que peino canas. Pero luego noté que son extensivos a casi todo el mundo. No sé qué cara habré puesto entonces, acostumbrado a la rudeza y llaneza de otras gentes en otros lugares, hasta que un amigo (para eso están los verdaderos amigos) me dijo: «pero Hugo, así es la cosa aquí. Te apapachan».

Desde esa vez me dediqué a aceptar el apapachamiento, aunque no del todo. como otros son músicos, negociantes, médicos o psiquiatras, yo soy sociólogo, es decir, he adquirido los inevitables reflejos del oficio, acaso por deformación profesional. Y, en efecto, mi conclusión es que apapachamos a muerte. Primero a los más pequeños, ésa es la primera actitud: mimos que se dan a niños y niñitas, besotes y abrazotes. La segunda aplicación es más dudosa, se extiende a la adolescencia y a otras edades de la vida, y no tiene término. «Mi mami me está apapachando porque estoy enferma». La que lo dice puede ser una jovencita, pero igual una señorona. Apapachar también expresa otra gama de afecto, seamos francos, lo que suele pasar entre dos amantes. «Comenzaron con apapachos y se siguieron de largo». Pero esto último viene de México. Lo he tomado de Google (13.800 resultados sobre apapachar). En fin, el término se desliza del cariño y del amor sexual a un tipo de amistad medio sabrosona, como que se resbala, sentimental, libidinosa. «Te mando un beso y muchos apapachos». Por último, es gesto de consuelo, y eso sí es bien peruano: «Ay, no estés triste, ven que te apapacho». Lo del «ay», es significativo, pues hablamos con un tonito de queja. Tiene su encanto, su no sé qué, así es la cosa.

Apapachar. No me termina de convencer. Pienso en la India. Por lo que sé, esa sociedad es comercial y enormemente corrupta, y los agasajos y cariñitos son parte de estrategias para amables corrupciones. No, no me aclaro. Así, seguiré sospechando que el apapachamiento es trampa amable del barroco peruano, que junta a la vez ternura, cálculo, mimo, remilgos y zancadilla, todo a la vez. Entre tradición y modernidad, como tantos otros rituales en este país. (Publicado en febrero del 2008 en la revista Etiqueta Negra, n°56.)

Reeditado en El Montonero., 22 de julio de 2024

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El ninguneo *

Written By: Hugo Neira - Jul• 08•24

El ninguneo es una palabra que nos viene de los mexicanos. Es intraducible en cualquier lengua moderna, porque no se usa en países civilizados. En México, por lo visto, es usual. Lo cual prueba que tanto los mexicanos como los peruanos inventamos nuestra propia barbarie. Octavio Paz cuenta que también lo ningunearon. Y ya había escrito  El laberinto de la soledad. Pero igual hacían como que no lo había escrito, que no se exhibía en los estantes de las librerías. Porque ningunear es desconocer adrede, ignorar a sabiendas. Si te ningunean no es que no sepan que vales sino todo lo contrario. Es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, pero el vicio sale ganando. Algo ganan en ese recurso barroco, y es que si no te mencionan ni en público ni en privado pues no te leen. Pero los que ningunean sí lo hacen, solapados, en la discreción de la habitación de trabajo, leen en secreto a aquel que denigran, y lo admiran incluso, pero por estrategia de supervivencia, le niegan el reconocimiento. Lo ocultan a sus alumnos, no vaya a ser que lo prefieran. Lo disimulan ante los lectores, si es que escriben. Y en general, ningunear es esconder el talento ajeno, negarle, al maldito que tiene dones y la virtud del esfuerzo, el placer y la justicia del reconocimiento en vida. Esperan su muerte para alabarlo, citarlo, e incluso, comentar, editar, prologar.

¿Qué es el ninguneo? Una práctica a la vez perezosa y fatal para una sociedad y una cultura. Consiste en volver invisible la obra ajena y de paso al autor. Es pereza, o como decimos, es flojera, permite evitar el trabajo de comentar que, sin embargo, es la esencia misma de la vida académica desde hace más de un milenio. Obviamente, comentar y citar, y hasta invitar al otro, a aquel con el cual no estamos de acuerdo, es en otros lugares civilizados el gesto normal, pero ocurre ahí donde han salido de las tinieblas del sectarismo medieval que aquí cunde y reina. Cuando en una sociedad, la que fuese, se asesina civil y moralmente al incómodo rival, entonces, no hay vida universitaria o académica posible. ¿Se han fijado lo poco o nada que hay de reseñas en nuestros diarios y revistas? Ni la enseñan en los institutos que forman a comunicadores.

Aquí la costumbre es ahorrarse el reconocimiento. Evitar el debate, flojera criolla o vieja táctica, no de estudiosos modernos sino de oidores del siglo XVIII.

* Este texto proviene esencialmente de un artículo titulado “Plegaria por un guerrero bondadoso, Javier Tantaleán Arbulú”. Fue publicado en un libro de homenaje, Historia y compromiso por el Perú, publicado por la Universidad Nacional Federico Villarreal, en el 2017.

Publicado en El Montonero., 8 de julio de 2024

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Política y siglo XX. El concepto de personalización (II)

Written By: Hugo Neira - Jun• 25•24

Los fundamentos del hitlerismo de masas (1933–45)

¿Qué eran esas masas que le permiten al político Hitler abrirse paso entre diversos candidatos y llegar al poder legal para establecer el poder total? En primera fila, las SA. No eran solamente una milicia, grupos militarizados del nazismo. Era una forma de reclutamiento muy especial. Este aspecto es descuidado por lo general en los análisis del hitlerismo de masas. Los partidos comunistas se articulaban por un sistema de células de base, como lo sabemos (Duverger, Les partis politiques). Ese tipo de organización fue retomada por los fascistas italianos, la sección. El partido que monta Hitler no es un club de burgueses cultos y civilizados. Se enraíza en la clase obrera y capas sociales arruinadas por la inflación. En un tejido social con fuerte cultura militar y experiencia directa de la guerra que había afectado a millones de alemanes. Así, las SA eran, en principio, algo más que grupos de acción. Era una forma de vida. Hubo locales partidarios en distritos y lugares. Eran también albergue. Aquí, claro está, la lección del reclutamiento hospitalario que Hitler conoció en Viena. Un local de la SA, donde un grupo de asalto reposa o espera la orden para salir a la calle, era a la vez casa de partido, lugar de reunión, y de paso, cuartos para dormir. Podemos imaginar que un desconocido se acercara, falto de techo y hambriento, era frecuente, eran años duros.

Podemos imaginarlo pasando la noche en ese lugar abrigado, conversando acaso con los nazis de turno de guardia; funcionaban como una comisaría o un grupo de bomberos, en su momento, como grupos de asalto. Podemos imaginarlo, en fin, fraternizando, y un tiempo después, ingresando al partido, a las SA. Lo dotaban de un uniforme, algo de dinero, una bandera y un destino: seguir al partido y su jefe hasta las últimas consecuencias. Si Arendt describe el nazismo como la forma que la anomia general de un periodo de guerra produce en las conductas, es preciso añadir el reclutamiento ideológico, que daba a cada quien un sentido a su propia existencia. La remilitarización de varios millones de alemanes dentro del partido fue una respuesta a la anomia. Los análisis del nazismo insisten mucho en aspectos intelectuales, el mesianismo, los discursos antisemitas y xenófobos. Puede ser, pero el nazismo moviliza sus bases sociales desde una actividad concreta. La fascinación del nazismo no vino por obra solo de la propaganda. Alguien dijo que eran los Boys Scout (a los que prohibieron) pero armados, un poco más mayores y dados al sport de matraquear a cuanto judío y opositor se les cruzaba. Algo de eso hay en el filme La naranja mecánica, la banda de adolescentes londinenses —en un tiempo que es el futuro—, en los que el placer de golpear es su única motivación. En cuanto se desestructura un poco el tejido social en las sociedades industriales, surgen amagos de nostalgias nazis.

Pero ni el nazismo escapa como partido a un criterio de organización (Duverger, Los partidos políticos). Hemos hablado del círculo interno del poder y de los militantes, toca hablar de los simpatizantes, sobre todo, en ese partido de masas. Así, un brazo para estrechar al pueblo y otro para deslumbrarlo y envilecerlo. Peter Fritzche, profesor de Harvard, que ha reconstruido el ambiente jubiloso de esos años con Hitler en el poder antes de la guerra, considera que lo que perdió a los alemanes al volverse masivamente nazis, fue precisamente el entusiasmo. La fiesta nazi se celebraba en los años de gloria el mismo día y en el mismo lugar donde antes celebraban los comunistas, el 1° de mayo, en el campo de Tempelhof, Berlín. No fue solo el odio sino la esperanza, “el entusiasmo patriótico” (De alemanes a nazis, 1914–1933). El nazismo, según todos los testimonios, fue una suerte de alegría ritualizada. Las canciones ritmadas al paso de marcha militar, en general, la escenificación del fervor. Reuniones multitudinarias y de preferencia por la noche, el uso del fuego, el bosque de banderas, la música. Todo eso es el nazismo, un gran ritual durante los años de ascenso. Y ya en el aparato de Estado, una suerte de dramaturgia que se extiende a la sociedad entera. La espectacularidad permite el acceso al poder legalmente. El desfile nazi es a la vez tropas militantes ritualizadas y fiesta. Se han juntado la lección bohemia del arte en la calle y la lección jerárquica del reclutamiento organizado de masas. Y el individuo entre unos y otros, asiste a una estetización del poder. Brutalidad y seducción. El Estado no solo es quien controla —la Gestapo— sino quien seduce, bosque de banderas, fraternidad de las asociaciones, juventud hitleriana, Hitlerjugend; los estudiantes, Deutscher Studentenbund; las mujeres, Frauenschaft. La mise en scène del nazismo es imitada y admirada en diversas otras naciones y comunidades sociales. Pero a las masas en otros países, les faltará la fuerza del romanticismo germánico y la teatralización de Goebbels, quien fue capaz de sacar soldados del frente ruso para que figurasen en sus filmes de propaganda. La élite del partido y las masas esperaban esa producción artística, en la que todos eran figurantes. No era solo una obra de propaganda sino una reconstrucción neopagana que alejara al pueblo del cristianismo, protestante o católico. El gran rival del hitlerismo no estaba ni en Moscú ni en Londres ni en Washington sino en las religiones seculares. Hasta que no acabara la guerra, la Alemania fue una mise en scène permanente. La más grande superproducción cinematográfica de todos los tiempos. Todavía los documentales del nazismo los estudian en las escuelas de arte y cine. Son el horror y son admirables.

Proviene de : Neira, H,  ¿Qué es Nación?, Fondo Editorial UMSP/Instituto de Gobierno, 2013. Cap. II, Construcciones occidentales, pp. 145-146.

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Política y siglo XX. El concepto de personalización (I)

Written By: Hugo Neira - Jun• 10•24

El pasado 6 de junio se conmemoró en Francia el 80° aniversario del Desembarco aliado de Normandía, con un despliegue excepcional de actividades y la presencia de veinticinco jefes de Estado. Es una fecha y un mes propicios para recordar qué cosa es el nazismo y por qué se le sigue estudiando. Estimado lector, de eso me ocupé hace once años para un capítulo de mi libro ¿Qué es Nación? en páginas que recordaré en dos columnas. Esta es la primera. La próxima, dentro de quince días.

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La personalización del poder siempre es una reducción, ocurre cuando se extingue la pluralidad democrática. Cuando las cosas se definen por un hombre al poder o el fin de la nación. Sin embargo, la Alemania de 1919, pese a la derrota, era todo menos eso. ¿Qué explica la progresión de los nazis? Tienen sus altibajos, pero en líneas generales, en el transcurso de los años veinte y treinta se harán numerosos. La sociedad humana no produce nada de manera rectilínea. ¿Por qué avanzan? Los avatares de la República de Weimar no agotan la cuestión. Se olvida que Alemania todavía demócrata, entre 1925–1928, había conseguido salir de sus problemas financieros y se elevaban los salarios obreros. Si el hitlerismo es una tendencia militarista y racista, no es la única al día siguiente del fin de la guerra. Si los ‘camisas pardas’ están en contra del Diktat (así llaman al Tratado de Versalles), lo está también, francamente, el país alemán entero. Fue aprobado por ser el resultado de una capitulación de guerra. A los vencidos no se les consulta. Si el nazismo es un nacionalismo, los hay muchos en los primeros años de la posguerra. ¿Los nazis? Hubo decenas de millares de otros activistas y grupos de derechas por todas partes. Los “cuerpos francos”, por ejemplo, bandas armadas de exsoldados, que después del frente, se alquilaban, tanto para el orden como para el desorden. Pero se fueron disolviendo. Los nazis, no.

El Tratado de Versalles había impuesto la inmediata desmovilización. Fue un desatino, millones de hombres pasaron de las trincheras a la desocupación. Sin guerra ni oficiales ni enemigo externo, los “cascos de acero” se situaron a la derecha, los Stahlhelm, y a la izquierda, los Reichsbanner. Los primeros un millón de adherentes, los segundos, 3,5 millones. “Alemania, país desmilitarizado al perder la guerra y remilitarizado porque los alemanes son soldados”. No es una generalidad vacía, lo dice en esos años, un gran escritor, E. Junger. “El espíritu soldadístico”. Los nazis llevan uniforme, pero eso era frecuente. La costumbre del uniforme y actuar en grupo con violencia, animaba a Hitler, pero también a las muchas asociaciones militares de esos años —los Wehrverbande—a los que se hacían llamar Wiking, los Oberland de Baviera, la Orden joven alemán. Ordre jeune-allemand, señala Dreyfus. La cuestión es que había cien mil potenciales Hitler. ¿Por qué, pues, Adolf? ¿Por qué su núcleo de camaradas se va ampliando al correr de los años veinte y treinta?

Buscamos lo específico, cuesta hallarlo. Lo que emerge, habría dicho Hegel. Si el nazismo nace en la galaxia de pequeños grupos de extrema derecha, cierto es que también luce un perfil clasista e izquierdista tomado de los obreros que recluta, y dentro de su partido, Hitler tuvo aliados muy especiales, los nazis de izquierda, los hermanos Strasser, que habían dejado el partido comunista por considerarlo poco radical. George Strasser es eliminado “en la noche de los cuchillos largos”. Cuando Hitler en el poder ya no necesita a los SA. El otro Strasser, Otto, que pretendía un “nacionalsocialismo revolucionario”, lo persigue la Gestapo y escapa al Canadá. En el camino, que es a lo que vamos, los nacionalsocialistas, que no dejaron de considerarse revolucionarios, de ahí la confusión de los dos hermanos Strasser, tuvieron que competir en el campo de las izquierdas, ahí donde no faltaban sólidos partidos. Spartakistas, bolcheviques alemanes, y el considerable electorado de la KPD, con Thalmann. Nada podía augurar la transferencia de votos de obreros comunistas a Adolf Hitler en noviembre de 1932 y en marzo de 1933, pero es lo que ocurrió. ¿Consecuencia directa de la crisis, del plan Young, de la quiebra de los bancos alemanes cuando Nueva York suspende sus créditos? Pero, una vez más, ¿por qué por Hitler, que en nada ocultaba sus propósitos, un antisemitismo sin concesiones y un poder total, unificador, no menor al que ejercía Mussolini en Italia?

La victoria de Hitler en las urnas nunca fue concluyente, mientras hubo República de Weimar. Obtiene en 1932 una votación importante como para que fuese propuesto Canciller, un 37% de los votos. En marzo de 1933, el momento de más alta votación, un 44%. Tuvo que ir en alianzas para obtener la mayoría absoluta. Hubo un ascenso espectacular si se toma en cuenta el 2,6% de 1928, antes que la crisis de Wall Street le eche en los brazos capas enteras de la población popular y media. Sin embargo, el NSDAP no pudo convencer del todo a las derechas moderadas de liberales y católicos. Ni del todo a las clases medias, pese a que se ha dicho que el hitlerismo electoral era su expresión. Es falso, estereotipo, lugar común, los estudios posteriores de las últimas consultas —con los nazis en el poder, no hubo más elecciones— revelan que convence a un 46% de los obreros, y un 23% de electores de clase media. También a una buena proporción de campesinos. Pero Hitler gobierna siendo expresión de un tercio de los ciudadanos. El tema se arregla a su manera. En 1932, arde el Reichstag. A sus miembros les impone la necesidad de otorgarle poderes “habilitantes”, o sea, ilimitados. No habrá más Reichstag. Luego, el Estado seductor del hitlerismo captura la sociedad mediante el pleno empleo (aunque transitorio, economía de guerra), la propaganda y el entusiasmo. A partir de la toma del poder, gobierna con plebiscito, 1934, 1935, 1935. Puede ganarlos, no hay opositores.

Cabe, pues, el uso del concepto de personalización. Significa, en el caso nazi, dos mutaciones.  Por una parte, el partido mismo, que se vuelve una fuerza de autorreferencia del líder. Por otra parte, hay cambios en su actitud, en lo que vamos a insistir, en el rol variable de Hitler hasta llegar a ser el Führer. Es cierto que hizo entretanto lo que todo candidato a las urnas hace, visitar asilos, dar la mano a todo el mundo y sonreír benévolamente al público. Lo seguirá haciendo hasta llegar a Canciller. A partir de entonces, es lo que quiere ser, el jefe incontestado. Aquel que ocupa la escena por completo. ¿Es que acaso eso es lo que quería un gran número de alemanes? ¿No echaban de menos los tiempos de Guillermo II, el poder en manos de una autoridad incuestionable? El alemán piensa la masa y la potencia como un ejército, dice Canetti. El inglés como un navío.

La personalización no es un hecho natural, se construye. Erwing Goffman ha presentado el mundo como un teatro donde cada individuo juega un rol, y desde los saludos a la manera de vestirse, el vivir se ritualiza. Es una hipótesis interesante, conviene incorporarla a la visión del nazismo, entre otras visiones de su política, como un juego de actores. Por ejemplo, ese montaje de algo singular, la “camaradería” nazi. El proceso de personalización debe avanzar introduciendo lazos personales con los militantes, nexos directos, de mando y obediencia, y Hitler venía de la fraternidad de combatientes en las trincheras. Un partido como el nazi, una religión política, no camina solo por un programa sino por los lazos sentimentales, emocionales. Hitler venía de la experiencia de Viena y de su vida bohemia. Para la personalización es necesaria un mensaje personal que absorba las otras ideologías en circulación. Hitler aprenderá a la vez la necesidad de la flexibilidad y la rigidez del Jefe. Las abundantes memorias sobre su mando difieren como si hablasen de personas distintas. Y no nos recostamos en interpretaciones psiquiátricas. Hitler manejaba a sus heterogéneos partidarios siempre como el Jefe. Ante sus colaboradores técnicos era el jefe de una empresa. Para los realistas, las autopistas, Autobahnen. Para los seguidores delirantes, la guerra total y los campos de exterminio. Al fondo hay sitio. […]

¿Qué es Nación?, Fondo Editorial UMSP/Instituto de Gobierno, 2013. Cap. II, Construcciones occidentales, pp. 127-132.

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El mensaje que dejó Haya de la Torre                                        

Written By: Hugo Neira - May• 27•24

En la ocasión de la celebración del natalicio de Víctor Raúl Haya de la Torre (22 de febrero del 1895), a principios del 2005, los jóvenes me habían pedido unos comentarios que ahora, en el Centenario de la fundación del APRA, en México, quisiera recordar en las líneas siguientes.  

Haya de la Torre fue y es un peruano extraordinario. Me parece muy bien que se le recuerda no solamente en ese natalicio, sino corrientemente. No sé cuándo es el día de nacimiento de Jefferson o de Hamilton, pero dudo que los norteamericanos dejen de recordarlos. No necesito ser aprista para darme cuenta de este hecho, es un asunto de sentido común. Pero el sentido común es el menos frecuente de los sentidos. 

A lo largo de mi vida he estudiado el pensamiento de Haya. He escrito sobre la materia en diversas ocasiones. Como todo gran pensador, en Haya hay acaso diversas lecturas, interpretaciones. Por mi parte, yo reencontré a Haya en mi propio camino, saliendo de un marxismo duro y revolucionario. Creo que él indicaba un camino de reformas profundas y sinceras. Ellas no se han emprendido. El Perú político del siglo XX es un desastre. No lo eligió en las urnas ni tampoco hubo una revolución popular. Ni menos una transformación por vías conservadoras como en otros países. De esta manera, los problemas no solo no se han resuelto sino que se han acumulado.

Si en esos años se pecaba de exceso de politiquería, hemos pasado al otro extremo, nada de política en la juventud. La sola enunciación del concepto les aburre. Creen muchos que el progreso y el desarrollo es cuestión de mercado y dinero e inversiones. Cuando tengo la ocasión de señalarles —gracias a mi experiencia de haber vivido en el primer mundo los últimos treinta años— que ese progreso de los países avanzados se debe sin duda al mercado, la sociedad industrial y posindustrial, la ciencia y la técnica, no menos verdad es que no se habría logrado, ni en los Estados Unidos ni menos en Europa (por lo general socialdemócrata) sin paralelos esfuerzos políticos, tras luchas sociales enormes, tras la construcción de Estados y democracias sólidas gracias a la existencia de ciudadanos activos y críticos. Pero este segundo volante del progreso es cuidadosamente evitado en las universidades privadas, en particular en la formación de economistas y gestores. El camino está abierto a formas perversas de totalitarismo, no por el exceso de política sino por su ausencia. 

Una reflexión personal. Cuidado con perder la paciencia y los papeles. Yo entiendo el respeto que se le tiene a Haya de la Torre. Pero estamos pasando de una política de la salvación, donde un héroe intelectual y gran conductor como Haya resulta indispensable, a otro tipo de aproximación a nuestra propia historia. Yo sé, Haya es tan grande como para Israel la figura de Ben-Gurión. Como para la India contemporánea la de Gandhi o Nehru. Pero no hay que olvidar que los dos ejemplos que cito son fundaciones, han dejado una patria. Una se llama Israel, nos guste o no su política palestina, eso es otro asunto. El otro la inmensa India, que va rápido al progreso y por vías democráticas, a diferencia de China. Un joven hindú y un joven israelita no necesitan que se les explique quiénes son los padres fundadores. En el Perú, por desgracia, el aprismo no logró llevar al poder legítimo a su fundador. Lo he dicho en mis libros, esa es la gran carencia de la República peruana en el siglo XX. Los peruanos se equivocaron en las urnas prefiriendo otros caudillos. Ya es un poco tarde. Hay que retomar el combate intelectual y moral desde sus inicios.

La verdad que trajo a los peruanos es que o tenemos una democracia exigente y del pueblo, o perecemos. Y ese mensaje no es pasado. No es historia. Es presente. Es tarea inmensa. El mundo no es lo que era en el mensaje fundador, cierto. Pero las desigualdades sociales, las inmensas grietas entre oprimidos, excluidos, pobres de verdad y los polos de ostentosa riqueza y egoísmo, no han desaparecido. La actualidad de una demanda social de justicia, aun mínima, la que pedía y por la que luchaba el gran trujillano, sigue vigente para deshonra y vergüenza de esta vida colectiva peruana que hace como si las cosas se pudieran arreglar si las dejan tal como están. No. Empeorarán. Esa es mi íntima y acaso desesperada convicción.

Publicado en El Montonero., 27 de mayo de 2024

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